POR ALBERTO ADRIANZEN
Es difícil saber cómo terminarán las recientes revueltas en el mundo árabe. Sin embargo, es probable que cambien el curso de la historia en esa zona. Las movilizaciones democráticas en todos estos países nos han permitido descubrir que en la mayoría de ellos, por no decir en la totalidad, lo que existe son viejas dictaduras, casi todas ellas apoyadas por los EEUU y los países europeos.
Una de estas es la de Muamar Gadafi (o Kadafi) que ya lleva cuatro décadas y que es, acaso, ejemplo de cómo las promesas de una revolución, al igual que en Zimbabwe con Robert Mugabe, se transforman en una pesadilla que no tiene límites. Gadafi hace ya algunos años está al servicio de las potencias occidentales y hoy parece que ya no es útil para sus intereses. Y si bien la revuelta en Libia podría terminar en una división del país y en un control del petróleo por Occidente, afectando así a la OPEP, el principal responsable de esta dramática y peligrosa situación es el propio Gadafi.
Como señaló Ayman El-Kayman en 2007: “Hace casi diez años, Gadafi dejó de ser para el Occidente democrático un individuo poco recomendable; para que le sacaran de la lista de Estados terroristas reconoció la responsabilidad en el atentado de Lockerbie; para normalizar sus relaciones con el Reino Unido dio los nombres de todos los republicanos irlandeses que se habían entrenado en Libia; para normalizarlas con EEUU dio toda la información que tenía sobre los libios sospechosos de participar en la yihad junto a Bin Laden y renunció a sus ‘armas de destrucción masiva’, además de pedirle a Siria que hiciese lo mismo; para normalizar las relaciones con la UE se transformó en guardián de los campos de concentración, donde están internos miles de africanos que se dirigían a Europa; para normalizar sus relaciones con su siniestro vecino Ben Alí (ex dictador de Túnez) le entregó a opositores refugiados en Libia” (blog de Ayman El-Kayman: 11/12/07).
La lista de tropelías del reconvertido Gadafi es tan larga como largos son los honores y pleitesías que Occidente le ha tributado en estos años. Como recuerdan Santiago Alba y Alma Allende en un reciente artículo: “La relación de Europa con Gadafi ha rozado la sumisión. Berlusconi, Sarkozy, Zapatero y Blair lo recibieron con abrazos en 2007 y el propio Zapatero lo visitó en Trípoli en 2010. Incluso el rey Juan Carlos se desplazó a Trípoli en enero de 2009 para promocionar a las empresas españolas. Por otro lado, la UE no dudó en humillarse y disculparse públicamente el 27/3/10 (…) por haber prohibido a 188 ciudadanos libios la entrada en Europa a raíz del conflicto entre Suiza y Libia por la detención de un hijo de Gadafi en Ginebra acusado de maltratar a su personal doméstico. Aún más: la UE no emitió la menor protesta cuando Gadafi adoptó represalias económicas, comerciales y humanas contra Suiza ni cuando efectuó un llamamiento a la guerra santa contra este país ni cuando declaró públicamente su deseo de que fuera barrido del mapa” (“Qué pasa con Libia: Del mundo árabe a A. Latina”. Rebelión: 24/02/11). Incluso en estos días, la UE se ha negado a sancionar al gobierno de Gadafi pese a la represión que ha desatado contra la población civil.
Por todo ello podemos decir que estamos frente a un juego de máscaras. Cuando Gadafi era rebelde, líder del tercer mundo, de los no alineados y mostraba el famoso Libro Verde, Occidente lo condenaba; pero cuando se le une, lo aplaude; y ahora que está en franca decadencia, Occidente grita a los cuatro vientos: democracia. En realidad, en este proceso y hasta ahora, es el pueblo libio quien ha pagado, como se dice, la cuenta.
Lo que comenzó como una protesta democrática puede acabar en un cambio geopolítico en esa zona, pero no queda duda de que Gadafi debe irse. Lo que hay que impedir entonces no es su salida, sino más bien que las potencias occidentales, luego de apoyar abiertamente a un dictador, terminen ganando; o, mejor dicho, apropiándose del petróleo y utilizando al pueblo libio como carne de cañón.
Una de estas es la de Muamar Gadafi (o Kadafi) que ya lleva cuatro décadas y que es, acaso, ejemplo de cómo las promesas de una revolución, al igual que en Zimbabwe con Robert Mugabe, se transforman en una pesadilla que no tiene límites. Gadafi hace ya algunos años está al servicio de las potencias occidentales y hoy parece que ya no es útil para sus intereses. Y si bien la revuelta en Libia podría terminar en una división del país y en un control del petróleo por Occidente, afectando así a la OPEP, el principal responsable de esta dramática y peligrosa situación es el propio Gadafi.
Como señaló Ayman El-Kayman en 2007: “Hace casi diez años, Gadafi dejó de ser para el Occidente democrático un individuo poco recomendable; para que le sacaran de la lista de Estados terroristas reconoció la responsabilidad en el atentado de Lockerbie; para normalizar sus relaciones con el Reino Unido dio los nombres de todos los republicanos irlandeses que se habían entrenado en Libia; para normalizarlas con EEUU dio toda la información que tenía sobre los libios sospechosos de participar en la yihad junto a Bin Laden y renunció a sus ‘armas de destrucción masiva’, además de pedirle a Siria que hiciese lo mismo; para normalizar las relaciones con la UE se transformó en guardián de los campos de concentración, donde están internos miles de africanos que se dirigían a Europa; para normalizar sus relaciones con su siniestro vecino Ben Alí (ex dictador de Túnez) le entregó a opositores refugiados en Libia” (blog de Ayman El-Kayman: 11/12/07).
La lista de tropelías del reconvertido Gadafi es tan larga como largos son los honores y pleitesías que Occidente le ha tributado en estos años. Como recuerdan Santiago Alba y Alma Allende en un reciente artículo: “La relación de Europa con Gadafi ha rozado la sumisión. Berlusconi, Sarkozy, Zapatero y Blair lo recibieron con abrazos en 2007 y el propio Zapatero lo visitó en Trípoli en 2010. Incluso el rey Juan Carlos se desplazó a Trípoli en enero de 2009 para promocionar a las empresas españolas. Por otro lado, la UE no dudó en humillarse y disculparse públicamente el 27/3/10 (…) por haber prohibido a 188 ciudadanos libios la entrada en Europa a raíz del conflicto entre Suiza y Libia por la detención de un hijo de Gadafi en Ginebra acusado de maltratar a su personal doméstico. Aún más: la UE no emitió la menor protesta cuando Gadafi adoptó represalias económicas, comerciales y humanas contra Suiza ni cuando efectuó un llamamiento a la guerra santa contra este país ni cuando declaró públicamente su deseo de que fuera barrido del mapa” (“Qué pasa con Libia: Del mundo árabe a A. Latina”. Rebelión: 24/02/11). Incluso en estos días, la UE se ha negado a sancionar al gobierno de Gadafi pese a la represión que ha desatado contra la población civil.
Por todo ello podemos decir que estamos frente a un juego de máscaras. Cuando Gadafi era rebelde, líder del tercer mundo, de los no alineados y mostraba el famoso Libro Verde, Occidente lo condenaba; pero cuando se le une, lo aplaude; y ahora que está en franca decadencia, Occidente grita a los cuatro vientos: democracia. En realidad, en este proceso y hasta ahora, es el pueblo libio quien ha pagado, como se dice, la cuenta.
Lo que comenzó como una protesta democrática puede acabar en un cambio geopolítico en esa zona, pero no queda duda de que Gadafi debe irse. Lo que hay que impedir entonces no es su salida, sino más bien que las potencias occidentales, luego de apoyar abiertamente a un dictador, terminen ganando; o, mejor dicho, apropiándose del petróleo y utilizando al pueblo libio como carne de cañón.