lunes, 21 de junio de 2010

PERU: NO ES APOLOGIA DEL DELITO


Por Federico Salazar


Gran revuelo ha causado un conversatorio en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Un revuelo bueno, porque tiene que ver con la seguridad y la lucha contra el terrorismo.

En el conversatorio hubo reclamos para pedir la liberación de Abimael Guzmán. Se pedía la amnistía.

El presidente de la República dijo que eso era inadmisible y que si se repetía, intervendría la universidad. Pedir la amnistía de Guzmán, sostuvo, es hacer apología del terrorismo.

El retorno del terrorismo debe ser cortado de raíz. No sólo en el terreno policial y militar, sino también en el ideológico. No se puede hacer un combate en las ideas, sin embargo, si en vez de ideas sólo se muestra la cachiporra.

La policía debe poder entrar a cualquier recinto, de cualquier entidad, si se comete un delito flagrante. También lo puede hacer con una orden judicial. Las universidades no deben ser áreas en las que no rija la ley.

El problema es que, al menos en lo que ha sucedido, no hay delito. Pedir amnistía para Abimael Guzmán no es apología del delito. Tampoco lo fue pedir (y procurar) la amnistía para José Enrique Crousillat, sentenciado por otro tipo de delito.
El Código Penal define la apología del terrorismo como un caso particular de apología del delito (artículo 316). Establece una diferencia en las penas, pero no en la naturaleza del ilícito.
Pedir la amnistía de cualquiera que cometió delito no equivale a hacer apología de la persona o del delito. Si fuera así, habría que pedir el procesamiento de todos los presidentes que hicieron uso de la amnistía.

Para que haya apología debe haber exaltación del delito o su autor, debe haber incitación a la continuación del delito. Si lo que hubo en San Marcos fue el pedido de amnistía para Abimael Guzmán, no hay hasta ahí ningún acto punible.
Otra cosa, muy distinta, es lo que eso significa. Lo que hay que preguntarse es cómo se llega a un nivel intelectual tan bajo como para pedir la amnistía de un delincuente que ocasionó tanto daño y tantas muertes.

Los alumnos tienen la palabra frente a las ideas erróneas, frente a las posiciones pro delincuenciales. Tienen que debatir y enfrentar, tienen que defenderse intelectualmente de la barbarie.

No dejemos que la sensibilidad sobre el tema nos tape la vista. No dejemos que los pleitos de grupos y filiaciones dentro de la universidad desvíen nuestra atención.
Ninguna estrategia que no se base en el derecho y la ley podrá tener resultados duraderos frente al terrorismo. Sucedió así en la época de Fujimori y, por eso mismo, debemos aprender

PERU: EL MITO DE TERRUCO SANMARQUINO


Por Rocío Silva Santisteban


¿Quién era el perfecto terrorista durante los años 80 en el Perú? No necesariamente un hombre blanco, fuerte, alto, corpulento, relativamente bienparecido, de buen castellano y ademanes caballerescos, sin lentes y con la barba siempre cabalmente afeitada como me dicen que fue Julio Casanova u Osmán Morote durante sus épocas universitarias. Al contrario: el paradigma máximo del terruco era un estudiante retaco, moreno, de pelo negro y apelmazado, de lentes y camisa a cuadros, chompita beige tejida a palito, y pantalón de gabardina lustroso, que además portara una mochila incaica con un libro rojo en el interior. Así se imaginaban los policías, los militares, la prensa y las madres angustiadas de las cachimbas de letras al sanmarquino que profesaba ideas políticas extremistas.

Tener un carnet universitario de San Marcos o de cualquier otra universidad pública en esos días equivalía a que eras el primero que la policía bajaba del micro para registrarte hasta el último centímetro de tu bolsillo raído o, en el peor de los casos, llevarte directamente a la Dincote como sospechoso de lo que sea, aun cuando fueras el más nerd de las clases de literatura, que sólo leía a Homero y no sabía de otro Marx más que de Groucho. Muchos de esos muchachos estudiantes de ingeniería que solían hundirse entre sus reglas T y sus calculadoras Cassio terminaron encarcelados, torturados y algunas veces asesinados, solo por tener un carnet universitario. En la Universidad Nacional del Centro durante los años 1989 y 1993 desaparecieron 100 estudiantes: los culpables aún no pagan por esos asesinatos.

Por eso mismo, que tres periódicos le dediquen sus carátulas a una supuesta “toma de San Marcos” por un grupo de 30 personas que salieron a corear vítores a Abimael Guzmán en el patio de Ciencias Sociales es no solo el clásico elemento mediático que servirá de plataforma a la alicaída campaña de Keiko, sino una manera de alentar, fomentar y azuzar un miedo sinsentido y un estereotipo deleznable. Basta ya del mito del terruco sanmarquino. Desde sus inicios la UNMSM no solo ha sido “nido de inquietudes, plaza de victorias”, como escribiera Juan Gonzalo Rose, sino que hoy por hoy es una de las pocas universidades nacionales que está a la vanguardia del pensamiento intelectual con sus escasísimas rentas y a la cabeza de una lucha por la memoria histórica como lo demuestra el Congreso Internacional de Estudiantes de Historia sobre Violencia Política, Narcotráfico y DDHH que han organizado los sanmarquinos con la presencia de sus pares latinoamericanos.

Eso no implica, por supuesto, dejar pasar a estos grupos sin pararlos frontalmente, sin dejar en claro que la mayoría de la universidad no quiere dejarse abrumar por un discurso marxista de utilería. Basta de indiferencia: sanmarquino/a, defiende tu universidad de la pasividad y del extremismo. El daño que le causaron a San Marcos las luchas políticas intestinas es casi tan parecido al que ahora le están causando los aquelarres burocráticos para mantenerse en el poder. Una intervención en la UNMSM no haría otra cosa sino demostrar que hay alianzas insospechadas dentro de los claustros universitarios: apro-fujimoristas-senderistas. Como señala un comunicado de profesores de CCSS: “La historia reciente de violencia y muerte en el país y su impacto nefasto en la universidad exige de nosotros una denuncia directa de esta triple alianza política”.

Luto por Saramago: Portugal lució brazaletes negros en recuerdo del escritor


Ciudad del Cabo (DPA) . Los jugadores de la selección portuguesa salieron a la cancha del estadio Green Point de Ciudad del Cabo luciendo brazaletes negros en señal de luto por la muerte del premio Nobel de Literatura José Saramago.

Los dirigidos por Carlos Queiroz mantuvieron los brazaletes hasta el final de la ceremonia de los himnos nacionales, pero debieron quitárselos al iniciarse el partido contra Corea del Norte.

El autor de “Memorial del Convento” y “Ensayo sobre la ceguera” falleció el viernes a los 87 años en su casa en la isla española de Lanzarote (donde vivía hace varios años con su esposa), y dejó inacabada una novela que preparaba sobre el tráfico de armas.