Aconsejaron a Lourdes, probablemente asesores al borde del colapso nervioso, mostrar fuerza y firmeza en la actitud y en el lenguaje para recuperar terreno. Sin embargo, la estrategia derivó en autoritarismo, intolerancia, adjetivación excesiva, exasperante e inútil.
Podría, con ligereza, opinarse que Lourdes fue la ganadora, si se toma en cuenta tan sólo el verbo beligerante a raudales, la teatralidad gestual, las frases picantes y provocadoras, los desplantes, las miradas desafiantes y casi de furia.
Lourdes no fue a una confrontación de programas, planes o proyectos. Fue para aniquilar a la oponente. Aplicó la estrategia de tierra arrasada de los manuales de guerra no convencional de la potencia EE.UU. y sus servicios secretos.
Fue una polémica entre su desesperación versus la tranquilidad de Susana. Su ofuscación versus la serenidad. Su cercanía segura a la derrota versus la cercanía cierta a la victoria de Susana.
Fue un debate entre el llamado a la concertación frente a la exacerbación del odio, del divisionismo, de las exclusiones de Lourdes.
Lourdes confundió el escenario de un debate municipal con la tribuna de un mitin de plazuela. Con estentórea voz, demostró ser una brillante agitadora, estilista extrema de la provocación y el cuestionamiento agudos. Lamentablemente, esas virtudes no son suficientes ni necesarias para gobernar Lima. Estuvo muy bien para perder, no para ganar.
Confundió la candidatura edil con una presidencial. Despotricó de presuntas políticas estatistas y socialistas, cuando la municipalidad no tiene atribuciones para tales cosas. Peroró con exaltación sobre política internacional, como si quisiera llegar a la Cancillería, no a la alcaldía.
Predicó con vehemencia contra la violencia, y fue su discurso violento y destructivo.
Su seguridad de ganar se vio forzada, postiza, ilusoria, carcomida por las termitas de una derrota anticipada.
En fin, no cabe duda de que Lourdes Flores es la mejor figura de la derecha. Tiene cualidades y calidades. Pero este proceso municipal no fue su escenario. No debió incursionar en él. No debió hacer caso a los sopladores de oídos que la lanzaron al ruedo a pesar de sus reticencias. ¿De veras la querían de alcaldesa o deseaban apartarla de otros destinos? Quién sabe.
Podría, con ligereza, opinarse que Lourdes fue la ganadora, si se toma en cuenta tan sólo el verbo beligerante a raudales, la teatralidad gestual, las frases picantes y provocadoras, los desplantes, las miradas desafiantes y casi de furia.
Lourdes no fue a una confrontación de programas, planes o proyectos. Fue para aniquilar a la oponente. Aplicó la estrategia de tierra arrasada de los manuales de guerra no convencional de la potencia EE.UU. y sus servicios secretos.
Fue una polémica entre su desesperación versus la tranquilidad de Susana. Su ofuscación versus la serenidad. Su cercanía segura a la derrota versus la cercanía cierta a la victoria de Susana.
Fue un debate entre el llamado a la concertación frente a la exacerbación del odio, del divisionismo, de las exclusiones de Lourdes.
Lourdes confundió el escenario de un debate municipal con la tribuna de un mitin de plazuela. Con estentórea voz, demostró ser una brillante agitadora, estilista extrema de la provocación y el cuestionamiento agudos. Lamentablemente, esas virtudes no son suficientes ni necesarias para gobernar Lima. Estuvo muy bien para perder, no para ganar.
Confundió la candidatura edil con una presidencial. Despotricó de presuntas políticas estatistas y socialistas, cuando la municipalidad no tiene atribuciones para tales cosas. Peroró con exaltación sobre política internacional, como si quisiera llegar a la Cancillería, no a la alcaldía.
Predicó con vehemencia contra la violencia, y fue su discurso violento y destructivo.
Su seguridad de ganar se vio forzada, postiza, ilusoria, carcomida por las termitas de una derrota anticipada.
En fin, no cabe duda de que Lourdes Flores es la mejor figura de la derecha. Tiene cualidades y calidades. Pero este proceso municipal no fue su escenario. No debió incursionar en él. No debió hacer caso a los sopladores de oídos que la lanzaron al ruedo a pesar de sus reticencias. ¿De veras la querían de alcaldesa o deseaban apartarla de otros destinos? Quién sabe.