Aquí la senséi Jisen Oshiro con cuatro de sus discípulos en
el templo reconstruido con losetas, adonde
llegarán más de 50 monjes zen de
Japón, EE.UU. y Europa. (Paul Vallejos).
Más de 50 monjes de Japón y el mundo vendrán para honrar al
sacerdote pionero. La senséi Jisen Oshiro conserva su tradición y dirige la
comunidad de aprendices en Perú.
MIGUEL ÁNGEL CÁRDENAS
Cierta vez, un maestro zen palmoteó con todas sus fuerzas y
le dijo a su discípulo: “Así suena un aplauso con las dos manos”. Pero, a
continuación, le preguntó [y la pregunta resuena hasta hoy], sin mirarlo: “¿Y
cómo suena un aplauso con una sola mano?”.
Hace siglos que se busca y encuentra una respuesta a este
acertijo espiritual o koan del budismo zen. Un koan es un problema-poema con
final abierto que un maestro lanza a su ‘pequeño saltamontes’, y que rompe los
esquemas de la lógica y el absurdo para socavarle la razón y llevarlo a un
ilimitado espacio de intuición y despertar (llamado satori).
Hace 110 años, con su singular respuesta al aplauso
silencioso, llegó a las costas del Perú el monje Taian Ueno. Tenía solo 32 años
y había abandonado la prefectura de Hyogo, en la isla de Honshu, para partir
como misionero del budismo zen. El zen es la versión japonesa de las enseñanzas
de meditación del Buda, que se difundieron hace 2.550 años en la India, se
expandieron en el Tíbet y la China y se enraizaron en Japón, donde adquirieron
un tono sobrio, de honor de samurái, menos mágico que en los Himalayas, pero
con un sentido del humor que rompe las contracturas.
En 1907, Ueno fundó el templo Jionji (que significa ‘de la
gran compasión’) en la hacienda Santa Bárbara de Cañete, el mismo que luego fue
trasladado a San Luis y, después de un terremoto, se instaló en 1977 en lo que
solía ser el primer colegio japonés. El Ministerio de Relaciones Exteriores de
Japón ha reconocido al Jionji como el santuario zen más antiguo de Sudamérica.
Por esto, para honrar al pionero Ueno, la próxima semana llegarán a Cañete más
de 50 monjes e historiadores de la madre patria del Sol Naciente, EE.UU. y
Europa.
LA SENSÉI QUE SONRÍE
Con una sonrisa de chocolate blanco, la senséi Jisen Oshiro
oficia en el reconstruido Jionji una ceremonia de honor a los antepasados: a
los que fueron detenidos en Cañete y deportados a EE.UU. durante la Segunda
Guerra Mundial. En esta tortuosa época, el Jionji fue tierra baldía y quedaron
regados las ‘ihai’: las tablillas funerarias que guardaban los datos de los
ancestros migrantes, detrás del templo. En los años 70 se recompuso apenas, sin
monjes. Recién hace ocho años, Oshiro llegó al Perú, reformó el altar central y
ayudó a conservar más de mil ‘ihai’, que datan de principios del siglo XX.
Hija de japoneses, la senséi nació en Argentina, estudió en
colegio de monjas católicas y en una universidad jesuita hasta que las
atrocidades de la dictadura argentina, en los años 70, la hicieron retornar a
sus raíces. Y así viajó a Japón y pasó 10 años, sin luz ni calefacción ni
teléfono, en las borrascosas montañas de Kumamoto.
Hoy tiene el grado de ‘daiosho’ de gran maestra, que solo
llevan dos personas más en América. “El zen es volver la mirada al interior, no
buscar afuera; y trabaja el humor: las personas incapaces de burlarse de sí
mismas y de sus ‘objetos sagrados’ no son buenos estudiantes de zen, pues la
iluminación es, en gran medida, ver la broma cósmica y soltar una buena
carcajada”, afirma Oshiro, seria. Aunque el zen también es famoso por su feroz
rectitud al sentarse a meditar con quietud y universal silencio. “Es la
libertad a través de la disciplina, el zen enseña a través de la forma”.
Una vez un guerrero samurái llamado Nobushige preguntó al monje
zen Hakuin:
-Maestro, ¿realmente existe el cielo y el infierno?
-¿Cómo te ganas la vida?-preguntó el maestro.
- Soy un samurái.
-¡Ja ja ja! ¿tú, un samurái? ¡Pareces un pordiosero!-se
burló Hakuin.
-¿Qué? ¡te voy a hacer pedazos!-respondió Nobushige
iracundo.
-¡Aquí están las puertas del infierno!- le dijo el monje
zen.
- Discúlpeme… Por favor, perdone mi insolencia.
- Aquí están las puertas del cielo- concluyó el maestro
sonriente.
Néstor Castilla es el primer novicio zen peruano. Se graduó
en el 2012 en un ‘combate dharma’: un ritual de koans en que las preguntas eran
como sables ninjas. Desde esa victoria, con sus paradójicas respuestas, es
conocido como Sengen (“el ermitaño de lo indefinido”). A sus costados están
Tenkai (‘ten’ es cielo y ‘kai’: mar), artista electrónico y profesor de
creatividad de la UPC; y Wilder, piloto de aviones de 25 años y practicante de
kendo, arte marcial con espada de bambú. Solo Néstor rasga el silencio: “En el
zen hay la misma actitud para meditar y limpiar el inodoro, son lo mismo”. Y se
escucha el sonido de un aplauso con tres manos.
LO ESENCIAL
BUDISMO ZEN
El zen es el resultado del encuentro de las enseñanzas hacia
la iluminación de un príncipe de la India llamado Buda, la filosofía de
Confucio y el taoísmo chino y la contemplativa cultura japonesa con tradiciones
como el shintoísmo y su culto a los antepasados. El patriarca de la escuela
Sotoshu, a la que pertenece el templo Jionji, es Eihei Dogen. El zen viene
influyendo en el arte y la cultura de Occidente con sus ceremonias del té y
filosofía estética.
CELEBRACIONES
Por los 110 años de la llegada del zen a Sudamérica se van a
celebrar romerías, ceremonias y festejos con delegaciones de monjes de Japón y
el mundo en Cañete. Se va a inaugurar la campana de la amistad Perú-Japón, que
mide un 1 m de alto y 50 cm de diámetro. Y se realizará un ciclo se cine zen y
un retiro de meditación. Más información en el templo de Miraflores: Arias
Araguez 652. Teléfono: 6544202. O al: sotozenperu@gmail.com.
PARA CONOCER MÁS DEL ZEN EN EL PERÚ
Consultar los libros del historiador japonés Hirohito Ota en
la editorial Perú Shimpo de la colonia japonesa