viernes, 10 de septiembre de 2010

No esperen racionalidad del electorado


Por Juan Garrido Koechlin, Columnista de Correo

Quien especule que el electorado local es un grupo de individuos con ideales y objetivos definidos, capaz de articular la viabilidad -en un ambiente de responsabilidad y visión de largo plazo- de las promesas ofrecidas, está profundamente equivocado. En el Perú, al igual que en el resto del mundo, no existe tal cosa como el elector racional.

¿Qué hay, entonces, detrás del mismo? Ante todo, es necesario partir por entender que los electores están, masivamente, sesgados hacia ciertos valores preexistentes: políticas públicas y económicas, derechos individuales, tendencia a sobrestimar los aspectos negativos, entre otros. Todo ello, podríamos decir, constituye las teorías intuitivas, que no son otra cosa que el sistema de conceptos relacionados que guían la inferencia en un proceso específico, en este caso el electoral. Hasta aquí, todo parecería muy racional: los electores están predeterminados hacia ciertas ofertas que coinciden o no con sus ideales y valores.

El problema surge cuando empieza la toma de decisión. Lo que se constituiría como algo racional a nivel de lo normativo -es decir, los ideales- y de lo positivo -es decir, el cómo lograrlos- da paso rápidamente a los factores emocionales, nublando éstos a los primeros, en mayor o menor grado.

A través de diversos estudios neurocognitivos, sabemos que el principal vector en la toma de decisión electoral se ubica en el plano emocional. ¿Cuánta simpatía siento por el candidato? ¿En qué medida ese candidato sabe lo que siento y necesito? ¿Cuánto puede ese candidato aportar a mi desarrollo? ¿Es sincero y confiable? Ésas son algunas de las tantas preguntas que se hacen al momento de decidir el voto.

Dependiendo del grado de desarrollo -cultural, económico y social-, los electores podrán transitar de éste al segundo paso, que es analizar y contrastar los ideales del candidato frente a los que poseemos. En tercer y último lugar, el elector cuestionará si las promesas ofrecidas son viables o no. Dudo mucho que los electores locales transitemos del primer escalón -el emotivo- al segundo -el normativo-, mucho menos al tercero -el positivo.

Dicho esto, no debe sorprendernos el actual brote de doña Susana Villarán, como tampoco debería sorprender que capte votos en el NSE A/B, donde -finalmente- predominan las emociones. Lo curioso, en todo caso, es el fenómeno que ocurre justamente en el último NSE (D/E), donde las personas parecieran más racionales, quienes le corren -por ahora, al menos- al populismo y la verborrea; mi intuición es que no lo son. Sencillamente, mientras que al NSE A/B doña Susana les parece una villamariana con denodado sentido social, a los del NSE D/E les parece falsa, pituca y, por lo tanto, alejada.

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