Los profesores en política internacional estadounidense John Mearsheimer y Stephen Walt, que son críticos del apoyo estadounidense a la expansión de las colonias y los ataques contra el Líbano y la Gaza, en ambos casos de parte de Israel, sostienen que “el poder inigualable del cabildo israelí” deforma la política exterior estadounidense. Muchas personas encabronadas por estos crímenes han caído bajo la influencia de su aún muy difundido artículo “El cabildo de Israel” que salió por vez primera en The London Review of Books en 2006 (en lrb.co.uk) y que luego salió en la forma ampliada de un libro publicado en 21 países.
Su obra contiene mucha información útil sobre las conexiones entre Estados Unidos e Israel. Pero su teoría básica pone la realidad de cabeza. Lo cierto es que Israel existe en gran parte gracias a Estados Unidos, porque desempeña un papel fundamental en la dominación estadounidense del Medio Oriente y su actual cruzada de “estabilizar” una situación injusta e inaceptable para el pueblo. Al decir que “los intereses estadounidenses” se beneficiarían más de un apoyo menos férreo para Israel, los autores no reconocen en realidad la naturaleza de Estados Unidos: un país capitalista monopolista cuya riqueza y poder están ineluctablemente vinculados a un imperio global de explotación y opresión. Tampoco reconocen en toda su extensión la naturaleza de Israel como un estado colono cuya propia existencia no tiene más justificación que el régimen del apartheid de Sudáfrica.
Todo eso debilita muchísimo su crítica a la conexión estadounidense-israelí y la reduce a unas ideas ilusas. Eso es muy peligroso en un momento en que Estados Unidos está procurando maniobrar en ambos lados del juego: de hacer todo a su alcance para apoyar a la existencia y agresión continua de Israel y a la vez dar la apariencia de ser amigo de los palestinos.
No obstante su peso académico, estos dos estudiosos han sido objeto de una campaña de odio sionista y un boicot de la intelectualidad, sobre todo en Estados Unidos. Es una vergüenza que tantos autores y figuras públicas que se sacan de quicio ante cualquier crítica a Israel hayan tratado de callar a Mearsheimer y Walt tachándolos de antisemitas. Pero, si bien estos dos profesores se consideran amigos críticos de Israel, es cierto, como reconocen aquellos que los atacan y como ellos no reconocen, que una vez que se empiece a analizar a Israel desde el punto de vista de la justicia para todos, es posible poner toda la empresa sionista en tela de juicio.
De hecho, en esencia su argumento se parece a la idea exageradamente común en el seno de las masas populares del mundo y de Estados Unidos de que se puede explicar los crímenes estadounidenses en el gran Medio Oriente y más allá debido a los “grupos de presión de judíos” y no a un sistema que en lo básico no puede obrar de otra manera.
La siguiente respuesta a Mearsheimer y Walt la escribió en abril Stephen Maher, que se describe como un estudiante de posgrado de la Escuela de Servicio Internacional de la Universidad Americana y quien ha vivido en Cisjordania. La tomamos de su diario digital rationalmanifesto.blogspot.com y de electronicintifada.org. Si bien no apoyamos algunos aspectos importantes de su análisis, le damos la bienvenida a su conclusión básica y a su método de tomar en cuenta todos los hechos y corroborar las ideas con la realidad.
* * * * *
Muchos críticos de Israel culpan a un “cabildo israelí” por la complicidad casi absoluta de Estados Unidos en los programas israelíes de anexión, colonización y limpieza en la Cisjordania ocupada. Esta complicidad continúa hasta hoy, a pesar de la “disputa” que estalló después de que el gobierno israelí humilló al vicepresidente estadounidense Joe Biden mediante el anuncio de la construcción de 1.600 unidades para colonos en el Jerusalén Oriental ocupado mientras que éste estaba de visita en Israel. De hecho, pese a la aparente indignación manifestada por altos funcionarios de la Casa Blanca, el gobierno estadounidense dejó en claro que su crítica a Israel seguirá siendo puramente simbólica. No obstante, como veremos, la tesis acerca de un “cabildo” no aporta mucho para explicar la política exterior estadounidense en el Medio Oriente.
Muchos años después de que Noam Chomsky, Stephen Zunes, Walter Russell Mead y muchos más publicaron sus críticas a la tesis del “cabildo israelí” de Stephen Walt y John Mearsheimer, muchos de los críticos más agudos de Israel siguen atribuyendo la política exterior estadounidense en el Medio Oriente a la influencia del cabildo. Dado el peso de este argumento y la reciente confrontación diplomática entre Estados Unidos e Israel, es importante volver a examinar las falsedades de la tesis y atribuyendo correctamente la conducta estadounidense a las grandes concentraciones de poder económico y político interno que de veras motivan la política estadounidense.
La política exterior estadounidense en el Medio Oriente se parece a la que se aplica en el resto del mundo, en las regiones ajenas a los proclamados efectos corruptores del “cabildo”. El abultado nivel de apoyo que Estados Unidos le da a Israel es una respuesta racional a la importancia estratégica específica del Medio Oriente, la principal región productora de energéticos en el mundo. Al transformar a Israel en lo que Noam Chomsky llama una “base militar estadounidense de ultra mar”, ha logrado proteger su dominio sobre una buena parte de los recursos energéticos restantes del mundo, que son una importante palanca de poder global. Como veremos, aquellos que culpan al cabildo por la política estadounidense de nuevo mal interpretan los intereses estratégicos estadounidenses en el Medio Oriente y el papel central de Israel de promoverlos.
La geopolítica y la relación estadounidense-israelí
Una premisa central de la tesis del “cabildo israelí” es que el “cabildo”, sin importar su definición, moldea principalmente la política estadounidense hacia el Medio Oriente. Por ende, si el argumento fuera cierto, sus defensores tendrían que demostrar que existe algo cualitativamente único acerca de la política estadounidense respecto al Medio Oriente en comparación con su política en otras regiones del mundo. Pero tras un detenido análisis, descubrimos pocas diferencias entre las supuestas distorsiones causadas por el cabildo y lo que se llaman con frecuencia los “intereses nacionales”, regidos por las mismas concentraciones de poder interno que motivan la política exterior estadounidense en otras partes.
Existen gobiernos alrededor del mundo que ejecutan servicios para Washington semejantes a lo que hace Israel, de proyectar el poder estadounidense en sus respectivas regiones, cuyos crímenes en la promoción de las metas de Washington cuentan con apoyo abierto y protección contra la denuncia internacional. Por ejemplo, veamos los 30 años de apoyo estadounidense para los horrores de la invasión y ocupación indonesia de Timor Oriental. Además de usar la violación y hambre como armas y un horroroso régimen de tortura, el presidente indonesio Suharto masacró a 150.000 personas de la población de 650.000. Estados Unidos apoyó de todo corazón estas atrocidades, con el suministro de la gelatina incendiaria (napalm) y las armas químicas que usó el ejército indonesio al azar, un ejército armado y adiestrado hasta las cachas por Estados Unidos. Como dijo Bill Clinton, Suharto era “gente de nuestra calaña”.
Daniel Patrick Moynihan, el embajador estadounidense en la ONU en el momento de la invasión indonesia, escribió posteriormente que “el Departamento de Estado quería que la ONU fracasara rotundamente en las medidas que tomaba” para poner fin a la matanza de los estetimorenses, una meta que emprendió con “mucho éxito”. Pero este apoyo no se debe a la influencia de un “cabildo indonesio” sino que en 1958 los analistas habían identificado a Indonesia como una de las tres regiones de mayor peso estratégico en el mundo por su riqueza en petróleo y papel importante como conexión entre el mar Índico y el Pacífico.
En algunas regiones, como en América Latina donde los estados clientelares estadounidenses como Guatemala, Honduras y El Salvador y los ejércitos terroristas como la Contra nicaragüense pasaron años masacrando a campesinos indefensos que pedían derechos humanos básicos, la amenaza es principalmente una de “desafío exitoso”; o sea, un país que desafíe las órdenes estadounidenses y se salga con la suya. Si Estados Unidos tolerara un caso así, según la lógica, eso envalentonaría la resistencia a sus dictados en otras partes. El peligro de tal desafío, que Oxfam llama “la amenaza de un buen ejemplo”, es que un país lleve a cabo un exitoso modelo de desarrollo independiente, rechace los dictados estadounidenses y busque canalizar los muy necesarios recursos para satisfacer las necesidades de la población interna en lugar de aquellos de los inversionistas extranjeros ricos.
La política exterior estadounidense ha institucionalizado y manifestado profundamente tales ideas en todo el mundo, desde los inicios de la época imperial moderna después de la Segunda Guerra Mundial. Quedó claro desde inicios de la guerra que Estados Unidos saldría como la potencia mundial dominante y por ende el Departamento de Estado y el Concejo sobre Relaciones Exteriores empezaron a fraguar planes para crear un orden internacional posguerra en que Estados Unidos “detentaría el poder absoluto”. Una manera en que se pensaba hacerlo fue apoderarse de los recursos energéticos globales, principalmente aquellos de Arabia Saudita, que el Departamento de Estado estadounidense llamaba en ese entonces “el mayor premio material de la historia”.
Como el “zar del petróleo” del presidente estadounidense Franklin Roosevelt, Harold Ickes, recomendó, el control del petróleo era la “clave para los convenios políticos de la posguerra” porque un gran surtido de energéticos baratos era de importancia primordial para potenciar las economías capitalistas industriales del mundo. Eso quiso decir que con el control del petróleo mesooriental, en particular las enormes reservas sauditas, Estados Unidos podría tener el control del flujo que potenciaría las economías de Europa, Japón y buena parte del resto del mundo. Como dijo el analista estadounidense George Kennan, todo eso le daría a Estados Unidos el “poder de veto” sobre las acciones de los demás. Zbigniew Brzezinski también ha discutido últimamente el “apalancamiento crítico” que Estados Unidos ejerce como resultado de su férreo control del suministro de energéticos.
Por ende, en el Medio Oriente no se trata simplemente del “desafío exitoso” al que teme Estados Unidos ni solamente el desarrollo independiente. Están presentes estas inquietudes pero existe otra dimensión: si una oposición amenazara el control estadounidense de los recursos petroleros, una importante fuente del poder global estadounidense correría peligro. Bajo el gobierno de Nixon, mientras las fuerzas armadas estadounidenses estaban atascadas en Vietnam y era improbable de su intervención directa en el Medio Oriente en defensa de sus intereses estratégicos fundamentales, disparó la ayuda militar a Irán antes de la revolución de 1979 (que entonces servía de gendarme regional de Estados Unidos). Se hizo caso omiso de la conclusión de Amnistía Internacional en 1976 de que “ningún país tiene un historial en derechos humanos que sea peor que Irán”, y aumentó el apoyo estadounidense, no debido a un “cabildo iraní” en Estados Unidos sino al contrario porque tal apoyo servía los intereses estadounidenses.
Por intereses estratégicos, Estados Unidos también apoya a otros regímenes opresivos y reaccionarios, como las peores atrocidades de Saddam Hussein. Durante el genocidio contra los kurdos en Anfal, los iraquíes usaron armas químicas suministradas por Estados Unidos contra civiles kurdos y mataron a tal vez diez mil personas y destruyeron aproximadamente 80% de las aldeas del Kurdistán iraquí, a la vez que Estados Unidos tomaba medidas para bloquear las denuncias internacionales de estas atrocidades. Para repetir, es la regla y no la excepción el apoyo a los crímenes que benefician los “intereses nacionales” establecidos por las grandes corporaciones y elites gobernantes y la protección contra las críticas internacionales.
No es coincidencia que la relación estadounidense-israelí se cuajara después de que Israel destruyó el régimen nacionalista independiente de Gamal Abdel Nasser en un ataque preventivo en 1967, lo que puso fin de manera permanente al papel de Egipto como centro de oposición al imperialismo estadounidense. Desde antes de la Segunda Guerra Mundial, Arabia Saudita servía con entusiasmo de “pantalla árabe”, cubriendo la mano del verdadero poder dominante en la península árabe, en las palabras del colonialismo británico. Con la retórica del nacionalismo árabe de Nasser de “poner a la región entera en contra del reino saudita”, se veía seria la amenaza que él representaba contra el poder estadounidense. En respuesta, el Departamento de Estado concluyó que el “corolario lógico” de la oposición estadounidense al nacionalismo árabe era “apoyar a Israel” como única fuerza confiable pro-estadounidense en la región. Por tanto, la destrucción y humillación del régimen de Nasser por parte de Israel constituyó otra gran ayuda para Estados Unidos y confirmó para Washington el valor de una fuerte alianza con un Israel poderoso.
Esta importancia regional única es uno de los motivos del enorme nivel de ayuda que Israel recibe, como el armamento más avanzado de lo que Estados Unidos suministra a otros estados clientelares. Darle a Israel la capacidad de usar la fuerza aplastante contra cualquier adversario al orden establecido ha representado un aspecto primordial de la estrategia regional estadounidense. De importancia, Israel también es un aliado confiable: existe poca probabilidad de que se tumbe al gobierno israelí y que el armamento acabe en las manos de los fundamentalistas islámicos anti-occidentales o de los nacionalistas independientes tal como pasó en Irán en 1979.
Hoy, con la mayor autonomía de Europa y el crecimiento galopante de las economías sedientas de la India y China junto con su demanda de los recursos energéticos que ya escasean, el control son los que queden es más crucial que nunca. En el número de septiembre de 2009 del Asia-Africa Review, el ex enviado especial chino en el Medio Oriente, Sun Bigan, escribió que “Estados Unidos siempre ha procurado controlar la fuente del suministro global del petróleo” y dio a entender que como Washington sin duda obraría para cerciorarse de que el petróleo iraquí siguiera bajo su batuta, China debería buscar en otra parte de la región una fuente independiente de energéticos. “Irán tiene abundantes recursos energéticos”, agregó, “y sus reservas de gas y petróleo son las segundas en tamaño en el mundo, y básicamente todas están bajo su propio control” (énfasis agregado).
En parte como resultado de esta independencia, últimamente la importancia estratégica de Israel para Estados Unidos ha aumentado de manera llamativa, en particular desde el derrocamiento en 1979 en Irán de la cruel dictadura del Sha con aval estadounidense. Con la caída del Sha, Israel quedó solito para aterrorizar a la región para que obedeciera las órdenes estadounidenses y para asegurar que los enormes recursos de petróleo sauditas permanecieran bajo la batuta estadounidense. La mayor importancia de Israel en la política exterior estadounidense se manifestó claramente cuando su estrategia regional cambió a la de “contención dual” durante el mandato de Clinton, con el contrapeso de Israel a tanto Irak como a Irán.
Como Irán está desarrollando una tecnología que con el tiempo podría permitir que produzca lo que el número de febrero de 2010 del Quadrennial Defense Review llamaba “armas anti-acceso” o armas de destrucción masiva que impidan que Estados Unidos tenga la libertad de usar la fuerza en cualquier región del mundo, éste era un momento crítico en la lucha estadounidense para poner a Irán bajo su control. Esta confrontación, resultado del afán de Estados Unidos de controlar el petróleo ahí y destruir una base de nacionalismo independiente, hace que el apoyo estadounidense a Israel tenga tanta importancia estratégica.
El “cabildo israelí” y la presión estadounidense
Si adoptáramos la hipótesis acerca del “cabildo”, preveríamos que Estados Unidos cediera a la voluntad de Israel cuando diverjan los intereses de los dos gobiernos y actuara en contra sus propios “intereses nacionales”. Pero si la política estadounidense en el Medio Oriente perjudicara sus “intereses nacionales”, como dicen los partidarios del argumento acerca del cabildo, eso necesariamente significaría que tales políticas han sido un fracaso. Eso suscita la pregunta: ¿un fracaso para quién? No para las elites de Estados Unidos, que han amarrado el control de grandes recursos energéticos globales a la vez que ha logrado aplastar movimientos de oposición, ni para el establecimiento de defensa y muy definitivamente no para las corporaciones de energéticos. De hecho, la política estadounidense hacia el Medio Oriente no sólo se parece a la que tiene hacia otras regiones del mundo sino ha tenido éxitos estratégicos y lucrativos.
De hecho, la política estadounidense respecto a Israel y los palestinos no propone poner fin a la ocupación ni hacer que se respeten los derechos de los palestinos sino es el principal responsable de impedir que se logren estas cosas. Para Estados Unidos, la “Operación Escudo Defensivo” israelí de 2002 ya había castigado lo suficiente a los palestinos y su dócil dirigencia avalada por Estados Unidos por su intransigencia en el Campo David. Aunque la Autoridad Palestina ya estaba sirviendo de “subcontratista” y “colaborador” de Israel en la represión de la resistencia a la ocupación israelí, en las palabras parafraseadas del ex ministro del Exterior israelí Shlomo Ben Ami, la deliberada destrucción de las instituciones palestinas a manos del ex primer ministro israelí Ariel Sharon sirvió de oportunidad para reconstruirlas y asegurar un grado aún mayor de control estadounidense.
Los programas de anexión y colonización contribuyen a garantizar el control israelí sobre las más valiosas tierras y recursos acuáticos de los palestinos, lo que asegura que Israel siga siendo una sociedad dominante que sus vecinos no pueden presionar fácilmente. Para ayudar a alcanzar esas metas, Estados Unidos disfraza la expansión israelí detrás de un “proceso de paz” con la esperanza de que al pasar suficiente tiempo, los palestinos concedan más y más de lo que antes era lo suyo. El principal objetivo es dar la apariencia de que Estados Unidos e Israel son apasionados cruzados por la paz, en una batalla contra aquellos que se opone a este objetivo excelso. Si bien es cierto que en esta región los crímenes de Israel han provocado ira y consternación, tal ira queda en segundo plano en comparación con el logro estratégico de mantener a un aliado fuerte y dependiente en el corazón del Medio Oriente.
Con la reconstitución de una Autoridad Palestina aún más fuertemente controlada y la supervisión directa del general Keith Dayton sobre las fuerzas de seguridad palestinas, Estados Unidos pudo alcanzar estas metas y a la vez reprimir con mayor efectividad la resistencia a la ocupación. Asimismo, con el renovado despliegue de los soldados israelíes fuera de la Gaza, Sharon tuvo la chancha libre para continuar la anexión de Cisjordania y a la vez recibir loas en el mundo como “un gran hombre de paz”.
El tratamiento que ha recibido Israel en los medios establecidos estadounidenses también es la norma para todos los aliados de Estados Unidos. Un fenómeno bien documentado: la cobertura en la prensa corporativa está sesgada, como se espera, a favor de los aliados oficiales de Estados Unidos y en contra de sus enemigos oficiales. Por tanto, los partidarios de la tesis acerca del cabildo israelí, por enfocarse en aspectos parciales, no ven el panorama total. Lo que ven como el tratamiento especial de Israel en la prensa establecida en los hechos es solamente el funcionamiento cotidiano de los medios y el establecimiento intelectual en Estados Unidos, de pedir disculpas por los crímenes de aliados oficiales y defender dichos crímenes y a la vez satanizar a los enemigos oficiales.
Desde luego, eso no quiere decir que no existan organizaciones en Estados Unidos, como el Comité Judío-Americano (AJC), la Liga Anti-Difamación (ADL) y el AIPAC [el grupo de cabildeo Comité Israelí-Americano de Asuntos Públicos], que en los foros que sea posible procuran marginar el disentimiento contra la política israelí. Más bien, digo que el poder de estos grupos palidece en comparación con otros intereses y asuntos mucho más poderosos. Aunque es posible, por ejemplo, que el AJC o la ADL se movilice para lograr el despido de un profesor que critica a Israel, ese argumento se realza en la prensa de propiedad y control de la élite porque el hacerlo sirve a sus intereses. Asimismo, el AIPAC puede solicitar un apoyo inmarcesible a Israel de parte del gobierno estadounidense, pero sin la aprobación de otros intereses mucho más poderosos, como las corporaciones de energéticos y el establecimiento de defensa, los esfuerzos del AIPAC tendrían poco efecto. La política estadounidense, al igual que aquella de otros gobiernos, se elabora racionalmente para que sirva a los intereses de la clase dominante.
Israel no podría sostener su política expansionista y agresiva sin la ayuda militar y apoyo diplomático de Estados Unidos. Si el gobierno de Obama quisiera, podría presionar para que Israel observara el derecho y las resoluciones internacionales, se uniera al consenso internacional y ejecutara una solución de dos estados. Aunque la tesis acerca del “cabildo israelí” explica cómodamente por qué Obama no lo ha hecho y absuelve a los analistas estadounidenses de tener responsabilidad por el apoyo actual al apartheid, violencia y anexión israelí, simplemente no resistirá un examen riguroso.
Su obra contiene mucha información útil sobre las conexiones entre Estados Unidos e Israel. Pero su teoría básica pone la realidad de cabeza. Lo cierto es que Israel existe en gran parte gracias a Estados Unidos, porque desempeña un papel fundamental en la dominación estadounidense del Medio Oriente y su actual cruzada de “estabilizar” una situación injusta e inaceptable para el pueblo. Al decir que “los intereses estadounidenses” se beneficiarían más de un apoyo menos férreo para Israel, los autores no reconocen en realidad la naturaleza de Estados Unidos: un país capitalista monopolista cuya riqueza y poder están ineluctablemente vinculados a un imperio global de explotación y opresión. Tampoco reconocen en toda su extensión la naturaleza de Israel como un estado colono cuya propia existencia no tiene más justificación que el régimen del apartheid de Sudáfrica.
Todo eso debilita muchísimo su crítica a la conexión estadounidense-israelí y la reduce a unas ideas ilusas. Eso es muy peligroso en un momento en que Estados Unidos está procurando maniobrar en ambos lados del juego: de hacer todo a su alcance para apoyar a la existencia y agresión continua de Israel y a la vez dar la apariencia de ser amigo de los palestinos.
No obstante su peso académico, estos dos estudiosos han sido objeto de una campaña de odio sionista y un boicot de la intelectualidad, sobre todo en Estados Unidos. Es una vergüenza que tantos autores y figuras públicas que se sacan de quicio ante cualquier crítica a Israel hayan tratado de callar a Mearsheimer y Walt tachándolos de antisemitas. Pero, si bien estos dos profesores se consideran amigos críticos de Israel, es cierto, como reconocen aquellos que los atacan y como ellos no reconocen, que una vez que se empiece a analizar a Israel desde el punto de vista de la justicia para todos, es posible poner toda la empresa sionista en tela de juicio.
De hecho, en esencia su argumento se parece a la idea exageradamente común en el seno de las masas populares del mundo y de Estados Unidos de que se puede explicar los crímenes estadounidenses en el gran Medio Oriente y más allá debido a los “grupos de presión de judíos” y no a un sistema que en lo básico no puede obrar de otra manera.
La siguiente respuesta a Mearsheimer y Walt la escribió en abril Stephen Maher, que se describe como un estudiante de posgrado de la Escuela de Servicio Internacional de la Universidad Americana y quien ha vivido en Cisjordania. La tomamos de su diario digital rationalmanifesto.blogspot.com y de electronicintifada.org. Si bien no apoyamos algunos aspectos importantes de su análisis, le damos la bienvenida a su conclusión básica y a su método de tomar en cuenta todos los hechos y corroborar las ideas con la realidad.
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Muchos críticos de Israel culpan a un “cabildo israelí” por la complicidad casi absoluta de Estados Unidos en los programas israelíes de anexión, colonización y limpieza en la Cisjordania ocupada. Esta complicidad continúa hasta hoy, a pesar de la “disputa” que estalló después de que el gobierno israelí humilló al vicepresidente estadounidense Joe Biden mediante el anuncio de la construcción de 1.600 unidades para colonos en el Jerusalén Oriental ocupado mientras que éste estaba de visita en Israel. De hecho, pese a la aparente indignación manifestada por altos funcionarios de la Casa Blanca, el gobierno estadounidense dejó en claro que su crítica a Israel seguirá siendo puramente simbólica. No obstante, como veremos, la tesis acerca de un “cabildo” no aporta mucho para explicar la política exterior estadounidense en el Medio Oriente.
Muchos años después de que Noam Chomsky, Stephen Zunes, Walter Russell Mead y muchos más publicaron sus críticas a la tesis del “cabildo israelí” de Stephen Walt y John Mearsheimer, muchos de los críticos más agudos de Israel siguen atribuyendo la política exterior estadounidense en el Medio Oriente a la influencia del cabildo. Dado el peso de este argumento y la reciente confrontación diplomática entre Estados Unidos e Israel, es importante volver a examinar las falsedades de la tesis y atribuyendo correctamente la conducta estadounidense a las grandes concentraciones de poder económico y político interno que de veras motivan la política estadounidense.
La política exterior estadounidense en el Medio Oriente se parece a la que se aplica en el resto del mundo, en las regiones ajenas a los proclamados efectos corruptores del “cabildo”. El abultado nivel de apoyo que Estados Unidos le da a Israel es una respuesta racional a la importancia estratégica específica del Medio Oriente, la principal región productora de energéticos en el mundo. Al transformar a Israel en lo que Noam Chomsky llama una “base militar estadounidense de ultra mar”, ha logrado proteger su dominio sobre una buena parte de los recursos energéticos restantes del mundo, que son una importante palanca de poder global. Como veremos, aquellos que culpan al cabildo por la política estadounidense de nuevo mal interpretan los intereses estratégicos estadounidenses en el Medio Oriente y el papel central de Israel de promoverlos.
La geopolítica y la relación estadounidense-israelí
Una premisa central de la tesis del “cabildo israelí” es que el “cabildo”, sin importar su definición, moldea principalmente la política estadounidense hacia el Medio Oriente. Por ende, si el argumento fuera cierto, sus defensores tendrían que demostrar que existe algo cualitativamente único acerca de la política estadounidense respecto al Medio Oriente en comparación con su política en otras regiones del mundo. Pero tras un detenido análisis, descubrimos pocas diferencias entre las supuestas distorsiones causadas por el cabildo y lo que se llaman con frecuencia los “intereses nacionales”, regidos por las mismas concentraciones de poder interno que motivan la política exterior estadounidense en otras partes.
Existen gobiernos alrededor del mundo que ejecutan servicios para Washington semejantes a lo que hace Israel, de proyectar el poder estadounidense en sus respectivas regiones, cuyos crímenes en la promoción de las metas de Washington cuentan con apoyo abierto y protección contra la denuncia internacional. Por ejemplo, veamos los 30 años de apoyo estadounidense para los horrores de la invasión y ocupación indonesia de Timor Oriental. Además de usar la violación y hambre como armas y un horroroso régimen de tortura, el presidente indonesio Suharto masacró a 150.000 personas de la población de 650.000. Estados Unidos apoyó de todo corazón estas atrocidades, con el suministro de la gelatina incendiaria (napalm) y las armas químicas que usó el ejército indonesio al azar, un ejército armado y adiestrado hasta las cachas por Estados Unidos. Como dijo Bill Clinton, Suharto era “gente de nuestra calaña”.
Daniel Patrick Moynihan, el embajador estadounidense en la ONU en el momento de la invasión indonesia, escribió posteriormente que “el Departamento de Estado quería que la ONU fracasara rotundamente en las medidas que tomaba” para poner fin a la matanza de los estetimorenses, una meta que emprendió con “mucho éxito”. Pero este apoyo no se debe a la influencia de un “cabildo indonesio” sino que en 1958 los analistas habían identificado a Indonesia como una de las tres regiones de mayor peso estratégico en el mundo por su riqueza en petróleo y papel importante como conexión entre el mar Índico y el Pacífico.
En algunas regiones, como en América Latina donde los estados clientelares estadounidenses como Guatemala, Honduras y El Salvador y los ejércitos terroristas como la Contra nicaragüense pasaron años masacrando a campesinos indefensos que pedían derechos humanos básicos, la amenaza es principalmente una de “desafío exitoso”; o sea, un país que desafíe las órdenes estadounidenses y se salga con la suya. Si Estados Unidos tolerara un caso así, según la lógica, eso envalentonaría la resistencia a sus dictados en otras partes. El peligro de tal desafío, que Oxfam llama “la amenaza de un buen ejemplo”, es que un país lleve a cabo un exitoso modelo de desarrollo independiente, rechace los dictados estadounidenses y busque canalizar los muy necesarios recursos para satisfacer las necesidades de la población interna en lugar de aquellos de los inversionistas extranjeros ricos.
La política exterior estadounidense ha institucionalizado y manifestado profundamente tales ideas en todo el mundo, desde los inicios de la época imperial moderna después de la Segunda Guerra Mundial. Quedó claro desde inicios de la guerra que Estados Unidos saldría como la potencia mundial dominante y por ende el Departamento de Estado y el Concejo sobre Relaciones Exteriores empezaron a fraguar planes para crear un orden internacional posguerra en que Estados Unidos “detentaría el poder absoluto”. Una manera en que se pensaba hacerlo fue apoderarse de los recursos energéticos globales, principalmente aquellos de Arabia Saudita, que el Departamento de Estado estadounidense llamaba en ese entonces “el mayor premio material de la historia”.
Como el “zar del petróleo” del presidente estadounidense Franklin Roosevelt, Harold Ickes, recomendó, el control del petróleo era la “clave para los convenios políticos de la posguerra” porque un gran surtido de energéticos baratos era de importancia primordial para potenciar las economías capitalistas industriales del mundo. Eso quiso decir que con el control del petróleo mesooriental, en particular las enormes reservas sauditas, Estados Unidos podría tener el control del flujo que potenciaría las economías de Europa, Japón y buena parte del resto del mundo. Como dijo el analista estadounidense George Kennan, todo eso le daría a Estados Unidos el “poder de veto” sobre las acciones de los demás. Zbigniew Brzezinski también ha discutido últimamente el “apalancamiento crítico” que Estados Unidos ejerce como resultado de su férreo control del suministro de energéticos.
Por ende, en el Medio Oriente no se trata simplemente del “desafío exitoso” al que teme Estados Unidos ni solamente el desarrollo independiente. Están presentes estas inquietudes pero existe otra dimensión: si una oposición amenazara el control estadounidense de los recursos petroleros, una importante fuente del poder global estadounidense correría peligro. Bajo el gobierno de Nixon, mientras las fuerzas armadas estadounidenses estaban atascadas en Vietnam y era improbable de su intervención directa en el Medio Oriente en defensa de sus intereses estratégicos fundamentales, disparó la ayuda militar a Irán antes de la revolución de 1979 (que entonces servía de gendarme regional de Estados Unidos). Se hizo caso omiso de la conclusión de Amnistía Internacional en 1976 de que “ningún país tiene un historial en derechos humanos que sea peor que Irán”, y aumentó el apoyo estadounidense, no debido a un “cabildo iraní” en Estados Unidos sino al contrario porque tal apoyo servía los intereses estadounidenses.
Por intereses estratégicos, Estados Unidos también apoya a otros regímenes opresivos y reaccionarios, como las peores atrocidades de Saddam Hussein. Durante el genocidio contra los kurdos en Anfal, los iraquíes usaron armas químicas suministradas por Estados Unidos contra civiles kurdos y mataron a tal vez diez mil personas y destruyeron aproximadamente 80% de las aldeas del Kurdistán iraquí, a la vez que Estados Unidos tomaba medidas para bloquear las denuncias internacionales de estas atrocidades. Para repetir, es la regla y no la excepción el apoyo a los crímenes que benefician los “intereses nacionales” establecidos por las grandes corporaciones y elites gobernantes y la protección contra las críticas internacionales.
No es coincidencia que la relación estadounidense-israelí se cuajara después de que Israel destruyó el régimen nacionalista independiente de Gamal Abdel Nasser en un ataque preventivo en 1967, lo que puso fin de manera permanente al papel de Egipto como centro de oposición al imperialismo estadounidense. Desde antes de la Segunda Guerra Mundial, Arabia Saudita servía con entusiasmo de “pantalla árabe”, cubriendo la mano del verdadero poder dominante en la península árabe, en las palabras del colonialismo británico. Con la retórica del nacionalismo árabe de Nasser de “poner a la región entera en contra del reino saudita”, se veía seria la amenaza que él representaba contra el poder estadounidense. En respuesta, el Departamento de Estado concluyó que el “corolario lógico” de la oposición estadounidense al nacionalismo árabe era “apoyar a Israel” como única fuerza confiable pro-estadounidense en la región. Por tanto, la destrucción y humillación del régimen de Nasser por parte de Israel constituyó otra gran ayuda para Estados Unidos y confirmó para Washington el valor de una fuerte alianza con un Israel poderoso.
Esta importancia regional única es uno de los motivos del enorme nivel de ayuda que Israel recibe, como el armamento más avanzado de lo que Estados Unidos suministra a otros estados clientelares. Darle a Israel la capacidad de usar la fuerza aplastante contra cualquier adversario al orden establecido ha representado un aspecto primordial de la estrategia regional estadounidense. De importancia, Israel también es un aliado confiable: existe poca probabilidad de que se tumbe al gobierno israelí y que el armamento acabe en las manos de los fundamentalistas islámicos anti-occidentales o de los nacionalistas independientes tal como pasó en Irán en 1979.
Hoy, con la mayor autonomía de Europa y el crecimiento galopante de las economías sedientas de la India y China junto con su demanda de los recursos energéticos que ya escasean, el control son los que queden es más crucial que nunca. En el número de septiembre de 2009 del Asia-Africa Review, el ex enviado especial chino en el Medio Oriente, Sun Bigan, escribió que “Estados Unidos siempre ha procurado controlar la fuente del suministro global del petróleo” y dio a entender que como Washington sin duda obraría para cerciorarse de que el petróleo iraquí siguiera bajo su batuta, China debería buscar en otra parte de la región una fuente independiente de energéticos. “Irán tiene abundantes recursos energéticos”, agregó, “y sus reservas de gas y petróleo son las segundas en tamaño en el mundo, y básicamente todas están bajo su propio control” (énfasis agregado).
En parte como resultado de esta independencia, últimamente la importancia estratégica de Israel para Estados Unidos ha aumentado de manera llamativa, en particular desde el derrocamiento en 1979 en Irán de la cruel dictadura del Sha con aval estadounidense. Con la caída del Sha, Israel quedó solito para aterrorizar a la región para que obedeciera las órdenes estadounidenses y para asegurar que los enormes recursos de petróleo sauditas permanecieran bajo la batuta estadounidense. La mayor importancia de Israel en la política exterior estadounidense se manifestó claramente cuando su estrategia regional cambió a la de “contención dual” durante el mandato de Clinton, con el contrapeso de Israel a tanto Irak como a Irán.
Como Irán está desarrollando una tecnología que con el tiempo podría permitir que produzca lo que el número de febrero de 2010 del Quadrennial Defense Review llamaba “armas anti-acceso” o armas de destrucción masiva que impidan que Estados Unidos tenga la libertad de usar la fuerza en cualquier región del mundo, éste era un momento crítico en la lucha estadounidense para poner a Irán bajo su control. Esta confrontación, resultado del afán de Estados Unidos de controlar el petróleo ahí y destruir una base de nacionalismo independiente, hace que el apoyo estadounidense a Israel tenga tanta importancia estratégica.
El “cabildo israelí” y la presión estadounidense
Si adoptáramos la hipótesis acerca del “cabildo”, preveríamos que Estados Unidos cediera a la voluntad de Israel cuando diverjan los intereses de los dos gobiernos y actuara en contra sus propios “intereses nacionales”. Pero si la política estadounidense en el Medio Oriente perjudicara sus “intereses nacionales”, como dicen los partidarios del argumento acerca del cabildo, eso necesariamente significaría que tales políticas han sido un fracaso. Eso suscita la pregunta: ¿un fracaso para quién? No para las elites de Estados Unidos, que han amarrado el control de grandes recursos energéticos globales a la vez que ha logrado aplastar movimientos de oposición, ni para el establecimiento de defensa y muy definitivamente no para las corporaciones de energéticos. De hecho, la política estadounidense hacia el Medio Oriente no sólo se parece a la que tiene hacia otras regiones del mundo sino ha tenido éxitos estratégicos y lucrativos.
De hecho, la política estadounidense respecto a Israel y los palestinos no propone poner fin a la ocupación ni hacer que se respeten los derechos de los palestinos sino es el principal responsable de impedir que se logren estas cosas. Para Estados Unidos, la “Operación Escudo Defensivo” israelí de 2002 ya había castigado lo suficiente a los palestinos y su dócil dirigencia avalada por Estados Unidos por su intransigencia en el Campo David. Aunque la Autoridad Palestina ya estaba sirviendo de “subcontratista” y “colaborador” de Israel en la represión de la resistencia a la ocupación israelí, en las palabras parafraseadas del ex ministro del Exterior israelí Shlomo Ben Ami, la deliberada destrucción de las instituciones palestinas a manos del ex primer ministro israelí Ariel Sharon sirvió de oportunidad para reconstruirlas y asegurar un grado aún mayor de control estadounidense.
Los programas de anexión y colonización contribuyen a garantizar el control israelí sobre las más valiosas tierras y recursos acuáticos de los palestinos, lo que asegura que Israel siga siendo una sociedad dominante que sus vecinos no pueden presionar fácilmente. Para ayudar a alcanzar esas metas, Estados Unidos disfraza la expansión israelí detrás de un “proceso de paz” con la esperanza de que al pasar suficiente tiempo, los palestinos concedan más y más de lo que antes era lo suyo. El principal objetivo es dar la apariencia de que Estados Unidos e Israel son apasionados cruzados por la paz, en una batalla contra aquellos que se opone a este objetivo excelso. Si bien es cierto que en esta región los crímenes de Israel han provocado ira y consternación, tal ira queda en segundo plano en comparación con el logro estratégico de mantener a un aliado fuerte y dependiente en el corazón del Medio Oriente.
Con la reconstitución de una Autoridad Palestina aún más fuertemente controlada y la supervisión directa del general Keith Dayton sobre las fuerzas de seguridad palestinas, Estados Unidos pudo alcanzar estas metas y a la vez reprimir con mayor efectividad la resistencia a la ocupación. Asimismo, con el renovado despliegue de los soldados israelíes fuera de la Gaza, Sharon tuvo la chancha libre para continuar la anexión de Cisjordania y a la vez recibir loas en el mundo como “un gran hombre de paz”.
El tratamiento que ha recibido Israel en los medios establecidos estadounidenses también es la norma para todos los aliados de Estados Unidos. Un fenómeno bien documentado: la cobertura en la prensa corporativa está sesgada, como se espera, a favor de los aliados oficiales de Estados Unidos y en contra de sus enemigos oficiales. Por tanto, los partidarios de la tesis acerca del cabildo israelí, por enfocarse en aspectos parciales, no ven el panorama total. Lo que ven como el tratamiento especial de Israel en la prensa establecida en los hechos es solamente el funcionamiento cotidiano de los medios y el establecimiento intelectual en Estados Unidos, de pedir disculpas por los crímenes de aliados oficiales y defender dichos crímenes y a la vez satanizar a los enemigos oficiales.
Desde luego, eso no quiere decir que no existan organizaciones en Estados Unidos, como el Comité Judío-Americano (AJC), la Liga Anti-Difamación (ADL) y el AIPAC [el grupo de cabildeo Comité Israelí-Americano de Asuntos Públicos], que en los foros que sea posible procuran marginar el disentimiento contra la política israelí. Más bien, digo que el poder de estos grupos palidece en comparación con otros intereses y asuntos mucho más poderosos. Aunque es posible, por ejemplo, que el AJC o la ADL se movilice para lograr el despido de un profesor que critica a Israel, ese argumento se realza en la prensa de propiedad y control de la élite porque el hacerlo sirve a sus intereses. Asimismo, el AIPAC puede solicitar un apoyo inmarcesible a Israel de parte del gobierno estadounidense, pero sin la aprobación de otros intereses mucho más poderosos, como las corporaciones de energéticos y el establecimiento de defensa, los esfuerzos del AIPAC tendrían poco efecto. La política estadounidense, al igual que aquella de otros gobiernos, se elabora racionalmente para que sirva a los intereses de la clase dominante.
Israel no podría sostener su política expansionista y agresiva sin la ayuda militar y apoyo diplomático de Estados Unidos. Si el gobierno de Obama quisiera, podría presionar para que Israel observara el derecho y las resoluciones internacionales, se uniera al consenso internacional y ejecutara una solución de dos estados. Aunque la tesis acerca del “cabildo israelí” explica cómodamente por qué Obama no lo ha hecho y absuelve a los analistas estadounidenses de tener responsabilidad por el apoyo actual al apartheid, violencia y anexión israelí, simplemente no resistirá un examen riguroso.
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