Por Juan Garrido Koechlin
Terminada la fiebre mundialista, la realidad económica vuelve a ser noticia en los titulares extranjeros. Recientemente, el Fondo Monetario Internacional (FMI) presentó sus revisiones con respecto al crecimiento esperado para el 2010 y 2011; según el Fondo, el crecimiento mundial del presente año será 4.5%, cayendo un cuarto de punto (0.25%) en el próximo año. Casi todas las instituciones proyectan un 2011 con menor actividad económica producto de dos variables: la primera es el retorno de los inventarios a niveles "normales"; la segunda es el retiro de los estímulos implementados a nivel global.
No obstante, tanto el Fondo como los demás analistas sostienen que la actual recuperación económica se encuentra sujeta -aún- al riesgo de una crisis financiera sistémica, tanto por el lado de los déficits fiscales como por el lado de la banca privada (lo cual se visibiliza a través de las tasas interbancarias).
Así las cosas, queda claro que la turbulencia persiste, y si deseamos manejarnos prudentemente, debiéramos suponer que lo peor está aún por pasar (a fin de tener -si se diera el caso- una estrategia claramente definida frente a ello).
El Financial Times, uno de los más reputados diarios financieros, reclamaba ayer la configuración en la Zona Euro de un mecanismo que facilite la salida ordenada de alguno de sus miembros -cualquiera de los PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia y España)- en caso sea necesario. Leyendo entre líneas entendemos lo que significa dicha opinión: más temprano que tarde una de las cuestionadas economías buscará mayor flexibilidad en sus cuentas nacionales, dados los proyectos de reforma a los que se enfrentan y los años de austeridad que vienen por delante.
Y mientras que el Fondo y otras instituciones reclaman mayor prudencia fiscal, un paquete de reformas labrado con seriedad, una revisión de los sistemas tributarios y laborales que promueva la inversión y la competitividad, así como acciones de reforma en otras variables del complejo algoritmo del crecimiento, algunos países europeos -notablemente España y Grecia- profesan que las reformas emprendidas son suficientes y que ahora es momento de que todos "pongan el hombro", como si las cuentas nacionales se tratasen de una actividad deportiva.
Esta visión contemplativa de la realidad financiera global no sólo es propia de algunos países europeos; en Estados Unidos, donde el fanatismo por la expansión monetaria está tomando ribetes nunca vistos, la realidad contrasta con el mensaje gubernamental: los últimos datos sobre productividad marginal de la deuda dicen que cruzó recientemente la barrera de la inocuidad, situándose hoy claramente en terreno negativo.
¿Será que hemos llegado al punto donde suponer lo peor tal vez sea insensato?
Terminada la fiebre mundialista, la realidad económica vuelve a ser noticia en los titulares extranjeros. Recientemente, el Fondo Monetario Internacional (FMI) presentó sus revisiones con respecto al crecimiento esperado para el 2010 y 2011; según el Fondo, el crecimiento mundial del presente año será 4.5%, cayendo un cuarto de punto (0.25%) en el próximo año. Casi todas las instituciones proyectan un 2011 con menor actividad económica producto de dos variables: la primera es el retorno de los inventarios a niveles "normales"; la segunda es el retiro de los estímulos implementados a nivel global.
No obstante, tanto el Fondo como los demás analistas sostienen que la actual recuperación económica se encuentra sujeta -aún- al riesgo de una crisis financiera sistémica, tanto por el lado de los déficits fiscales como por el lado de la banca privada (lo cual se visibiliza a través de las tasas interbancarias).
Así las cosas, queda claro que la turbulencia persiste, y si deseamos manejarnos prudentemente, debiéramos suponer que lo peor está aún por pasar (a fin de tener -si se diera el caso- una estrategia claramente definida frente a ello).
El Financial Times, uno de los más reputados diarios financieros, reclamaba ayer la configuración en la Zona Euro de un mecanismo que facilite la salida ordenada de alguno de sus miembros -cualquiera de los PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia y España)- en caso sea necesario. Leyendo entre líneas entendemos lo que significa dicha opinión: más temprano que tarde una de las cuestionadas economías buscará mayor flexibilidad en sus cuentas nacionales, dados los proyectos de reforma a los que se enfrentan y los años de austeridad que vienen por delante.
Y mientras que el Fondo y otras instituciones reclaman mayor prudencia fiscal, un paquete de reformas labrado con seriedad, una revisión de los sistemas tributarios y laborales que promueva la inversión y la competitividad, así como acciones de reforma en otras variables del complejo algoritmo del crecimiento, algunos países europeos -notablemente España y Grecia- profesan que las reformas emprendidas son suficientes y que ahora es momento de que todos "pongan el hombro", como si las cuentas nacionales se tratasen de una actividad deportiva.
Esta visión contemplativa de la realidad financiera global no sólo es propia de algunos países europeos; en Estados Unidos, donde el fanatismo por la expansión monetaria está tomando ribetes nunca vistos, la realidad contrasta con el mensaje gubernamental: los últimos datos sobre productividad marginal de la deuda dicen que cruzó recientemente la barrera de la inocuidad, situándose hoy claramente en terreno negativo.
¿Será que hemos llegado al punto donde suponer lo peor tal vez sea insensato?
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