viernes, 5 de febrero de 2010

Tenían que tener tetas

Por: Patricia del Río

Esta es otra columna sobre mujeres. Los que ya se cansaron del tema me disculparán, pero la prensa está plagada de columnistas hombres que escriben sobre tópicos muy machos, así que léanse la siguiente y todos felices.

En la trilogía Millenium, del sueco Stieg Larsson, creo haber encontrado algunos de los mejores personajes femeninos de la literatura. Las mujeres de Larsson han sido abusadas, pero enfrentan la vida con los puños en alto. No se enamoran, pero se echan un buen polvo cada vez que les provoca. Se valen por sí mismas, pero tienen una fijación por que otras mujeres la pasen mejor que ellas. Me gustan las chicas de Larsson porque son humanas, contradictorias, pero muy valientes y nunca cojudas.

Leo Millenium y no puedo evitar preguntarme: ¿estamos las mujeres dotadas de una fuerza especial que nos permite salir adelante? La verdad que me encantaría decir que sí, pero no idealicemos: hay madres desgraciadas (como la chilena que ultrajaba a sus hijos en una cabina pública) y señoras perversas (como las que quemaron a la cantante folclórica). Creo, sin embargo, que al desarrollarse en ambientes que parecen diseñados para que a los hombres les vaya mejor, algunas hembras excepcionales se crecen, se rompen el alma chambeando el doble y salen adelante ahí donde nadie da un céntimo por ellas.

Pensemos, por un momento, en la niña Sofía Mulanovich, que nació frente al mar, mirando a todos los chicos deslizarse sobre las olas. Ella, en lugar de contentarse jugando con sus muñecas en la arena, no paró hasta convertirse en la mejor surfista del mundo, un deporte casi reservado para el sexo opuesto. Kina Malpartida, en cambio, me hace recordar a Lisbeth Salander, memorable personaje de Larsson. Lo suyo nunca fue echarse a llorar porque la vida la trataba con dureza; al contrario, usó esa rabia en su favor, se enfundó un buen par de guantes y le sacó la mierda a la adversidad hasta convertirse en una campeona mundial de la sobrevivencia.

Como toda niña quechuahablante de la zona rural del Perú, Magaly Solier estaba destinada, según las estadísticas, a no terminar el colegio, ser madre joven de muchos hijos y no trascender más allá de los límites de su chacra. Cuando el equipo de Madeinusa la descubrió vendiendo puka picante en la plaza de Huanta, no solo demostró que era dueña de un gran talento para el canto y la actuación, sino que era una experta en sacarles el jugo a las oportunidades que la vida le pusiera en frente.

¿Y Claudia Llosa? Me quedo con la claridad de su mensaje. Con su apuesta personal. Con su absoluta convicción de que películas como la suya contribuyen a que otras mujeres la pasen mejor en este mundo. Tenían que tener tetas, pues.

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