jueves, 25 de febrero de 2010

Nuevo mapa latinoamericano

Por: Mirko Lauer


Cuando uno ve a los países reunirse y redibujar el mapa de la organización multilateral latinoamericana, parece fácil. Es un tiempo de crisis y aparición de pactos de todo tipo. Como que cada gobernante de un país influyente viene con su mapa en el bolsillo. Uno nuevo, suerte de OEA sin EEUU ni Canadá, ha nacido esta semana.

En el siglo XIX los EEUU impusieron una visión anti-monárquica y pro-democrática, pero esencialmente anti-europea, del continente. Ese panamericanismo de la doctrina Monroe duró hasta el siglo XX, cuando tomó la posta el de la Guerra Fría. Fue recién Cuba en los años 60 la que rompió ese esquema, y abrió la puerta a un multilateralismo latinoamericano.

Los demás países de la región respondieron a esos tiempos ampliando sus relaciones diplomáticas más allá de los límites impuestos por Washington. Lazos con los países comunistas y primeros esfuerzos por imprimir algo de realidad a los sueños de la integración. Ninguna de las dos cosas logró realmente afectar la hegemonía de los EEUU.

La respuesta de los dos países anglosajones a las políticas de la integración latinoamericana fue una mutua apertura de mercados en la forma de tratados de libre comercio. Comenzó con el de Canadá-EEUU-México, y avanzó todo lo que pudo hasta la llegada de los gobiernos de izquierda, que ven en los TLCs una nueva forma de dominio.

América Latina empezó a firmar acuerdos de integración económica, y en el fondo también política, cada vez más grandes: la ALADI, la CAN, el SICA, ALBA, Mercosur, Unasur, y ahora este nuevo organismo que todavía no tiene nombre. Pero sí quizás una idea fuerza, la de la integración no subordinada a los EEUU.

Sin embargo el nuevo organismo se traslapa con algunos de los antiguos que no van a desaparecer tan fácilmente. Las versiones sobre la muerte de la OEA exageran. Por ejemplo a La Habana no le sirve de mucho un organismo parecido pero sin presencia de Washington. Es poco probable que México o Brasilia negocien con el norte a través de él.

Paradójicamente, lo que el nuevo organismo sí puede hacer es aplicar algo de presión colectiva para que Washington se interese más y mejor en sus relaciones con América Latina. Lo que no puede hacer el organismo es asumir el tipo de compromiso que puede perder popularidad y sentido a la vuelta de la próxima elección.

Eso mismo es lo que ha venido sucediendo a la OEA, con la multiplicación de gobiernos descontentos con la hegemonía del vecino del norte. Esta nueva organización, que evoca la consigna del “panamericanismo democrático sin imperio” de Víctor Raúl Haya de la Torre, va a crear nuevas hegemonías, algunas de las cuales van a crear sus propios descontentos.

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