jueves, 14 de enero de 2010

La necesidad de debatir

Por: Ernesto Velit Analista político

Las elecciones en nuestro país, que nos esperan este año y el próximo, ponen en agenda la necesidad de utilizar el debate político como instrumento de deslinde y competencia y en forma tal que ayude al elector a clarificar sus criterios y legitimar su decisión.

Entre nosotros no está asentada la cultura del debate, sin lugar a dudas. Y esto representa un problema sociológico en la medida que todo el cuerpo social resulta maltratado, que la participación en política y la vocación por asociarse colectivamente parecieran camino a desaparecer inexorablemente, y en que se ve, con preocupación, que hay desánimo, insensibilidad e indiferencia en sectores claves de nuestra población.

Una suerte de quietismo califica a la mayoría del conjunto de nuestra sociedad, la gente se autoexcluye de la actividad política y del interés por el destino del país. “La exclusión —dice Ignacio Ramonet— es económicamente mala, socialmente corrosiva y políticamente explosiva”.

Creemos que perder el hábito del debate abierto, democrático, civilizado, es dejar libre el camino a las frustraciones y, en algunos casos, a la ruina de las ideologías, es favorecer el discurso monocorde, carente de contenido pero lleno de fuegos fatuos, es salpicar la política de males específicos y convertirla en un ritual de sombras y poder.

Precisamente en sociedades como la nuestra, heterogénea y plural, es donde el debate se vuelve imprescindible como una forma de racionalizar la palabra y restarle elocuencia y frondosidad, cerrándoles el paso a populismos que esterilizan, a fascismos encubiertos, a quienes apuestan a la magia y a soluciones fáciles y, finalmente, a quienes pretenden aprovechar la debilidad institucional que padecemos y levantar dividendos…

Pero el debate tiene sus condiciones, y es la no exclusión y el reconocimiento al derecho del otro, sin descalificaciones y con pluralidad de ideas como exigencia elemental, es capacidad de autocrítica, es construir espacios democráticos. En pocas palabras, es testimonio de honestidad política e intelectual.

El debate político debe comprometer a todos los grupos sociales, sin excepción, así permite descubrir escenarios de confrontación de posiciones y roles para definir reglas, todo lo cual termina en responsabilidades a favor de las mayorías al coincidir con el concepto global de nuestras propias necesidades.

Los escenarios para el debate los tenemos a la mano, son la universidad, los sindicatos, los colegios profesionales, las empresas, las organizaciones comunales, los gobiernos regionales y locales, etc. Y serán los partidos políticos las correas de transmisión del imaginario social.

La prensa peruana tiene como obligación irrevocable propiciar el debate político mediante el aval moral que la califica como el escenario por excelencia. Lo contrario es una interpretación infrapolítica de sus imperativos, es renunciar a un liderazgo que le pertenece legítimamente, es inconsecuencia frente al país.

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