martes, 9 de febrero de 2010
Neoliberalismo, China
Por: Armando Mendoza (Economista)
Interesante el debate en curso sobre el neoliberalismo “peruano” (“chicha” para los amigos), pues algunas cosas van aclarándose (otras no tanto) en la discusión. Así, los defensores del neoliberalismo buscarían definirlo como “lo que funciona”, en oposición a lo que “no funciona”. Perú, Chile, Brasil, etc., serían economías “neoliberales”, mientras Ecuador, Venezuela, etc., serían “no neoliberales”, por lo cual les estaría yendo hasta el queso.
El problema es que ese esquema choca con la realidad. Como algunos mencionan, el planteo del debate es reduccionista al extremo: verlo todo en blanco o negro, ignorando la cantidad de matices de grises existentes. Así, Gonzalo Aguilar (gonzaloaguilarpucp.blogspot.com) apunta que el “neoliberalismo” debe ser una etiqueta enorme para poder aplicarse a economías tan disimiles.
Se entendería que las economías “neoliberales” apuestan por el libre mercado, la inversión privada y la reducción del estado (que es la bestia negra). Todo bien, pero no sé cómo cuadra en esa visión la existencia de CODELCO en Chile, PEMEX en México o PETROBRAS en Brasil; todas empresas estatales o mixtas de enorme peso económico y cuyo rol en el desarrollo de esos países ha sido gravitante. Como que descuadra los esquemas, ¿no?
Más aún, saliendo del barrio encontramos otros casos que le rompen el discurso al neoliberal más pintado. Por ejemplo, China, que en menos de una generación se ha convertido en una potencia económica. ¿Qué hacemos con China? ¿Otro éxito del “neoliberalismo”? ¿Acaso una “economía de mercado”? Bien difícil de creer.
Cualquier análisis serio de China concluiría que su economía es dirigida por el Estado, con planificación central, con presencia del mercado y la actividad privada en algunas áreas, pero con un dominio estatal abrumador sobre la banca, las industrias estratégicas, los recursos naturales, el comercio exterior, etc.
Según la lógica neoliberal, China debería estar tan mal como la Venezuela de Chávez, pero no es así, demostrando que los “modelos” de desarrollo que aplican los países son complejos, y van más allá de las meras ideologías. Como Germán Alarco mencionó en la columna de Actualidad Económica del pasado domingo, existiría un “modelo chino” de desarrollo, uno de cuyos puntales es una política comercial agresiva para alimentar su expansión económica.
Al respecto, un estudio por Víctor Torres sobre el Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Perú y China, a publicarse en breve por REDGE (www.redge.org.pe), resalta el riesgo de que dicho acuerdo profundice y perpetúe la naturaleza primaria-exportadora de nuestra economía, condenándonos al doble rol de proveedor de materias primas baratas y consumidor dependiente de manufacturas.
Imagino que el TLC con China cuadra con la visión neoliberal. Pero un acuerdo comercial para seguir exportando minerales, o para que Saga y Ripley tengan más facilidades para importar, desembarcando a los productores locales, no parece la mejor receta para el desarrollo.
Necesitamos un modelo de desarrollo “peruano”, propio y pragmático, por encima de discursos ideológicos. Eso lo entendieron los chinos hace tiempo, y lo aplican en su política comercial, con decisión, realismo, y harta mala leche, pues como ellos dicen “lo que importa no es el color del gato, sino que cace ratones”. Mientras, por aquí seguimos con nuestro “neoliberalismo”, apostando al gato capón primario-exportador
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