lunes, 21 de junio de 2010

PERU: EL MITO DE TERRUCO SANMARQUINO


Por Rocío Silva Santisteban


¿Quién era el perfecto terrorista durante los años 80 en el Perú? No necesariamente un hombre blanco, fuerte, alto, corpulento, relativamente bienparecido, de buen castellano y ademanes caballerescos, sin lentes y con la barba siempre cabalmente afeitada como me dicen que fue Julio Casanova u Osmán Morote durante sus épocas universitarias. Al contrario: el paradigma máximo del terruco era un estudiante retaco, moreno, de pelo negro y apelmazado, de lentes y camisa a cuadros, chompita beige tejida a palito, y pantalón de gabardina lustroso, que además portara una mochila incaica con un libro rojo en el interior. Así se imaginaban los policías, los militares, la prensa y las madres angustiadas de las cachimbas de letras al sanmarquino que profesaba ideas políticas extremistas.

Tener un carnet universitario de San Marcos o de cualquier otra universidad pública en esos días equivalía a que eras el primero que la policía bajaba del micro para registrarte hasta el último centímetro de tu bolsillo raído o, en el peor de los casos, llevarte directamente a la Dincote como sospechoso de lo que sea, aun cuando fueras el más nerd de las clases de literatura, que sólo leía a Homero y no sabía de otro Marx más que de Groucho. Muchos de esos muchachos estudiantes de ingeniería que solían hundirse entre sus reglas T y sus calculadoras Cassio terminaron encarcelados, torturados y algunas veces asesinados, solo por tener un carnet universitario. En la Universidad Nacional del Centro durante los años 1989 y 1993 desaparecieron 100 estudiantes: los culpables aún no pagan por esos asesinatos.

Por eso mismo, que tres periódicos le dediquen sus carátulas a una supuesta “toma de San Marcos” por un grupo de 30 personas que salieron a corear vítores a Abimael Guzmán en el patio de Ciencias Sociales es no solo el clásico elemento mediático que servirá de plataforma a la alicaída campaña de Keiko, sino una manera de alentar, fomentar y azuzar un miedo sinsentido y un estereotipo deleznable. Basta ya del mito del terruco sanmarquino. Desde sus inicios la UNMSM no solo ha sido “nido de inquietudes, plaza de victorias”, como escribiera Juan Gonzalo Rose, sino que hoy por hoy es una de las pocas universidades nacionales que está a la vanguardia del pensamiento intelectual con sus escasísimas rentas y a la cabeza de una lucha por la memoria histórica como lo demuestra el Congreso Internacional de Estudiantes de Historia sobre Violencia Política, Narcotráfico y DDHH que han organizado los sanmarquinos con la presencia de sus pares latinoamericanos.

Eso no implica, por supuesto, dejar pasar a estos grupos sin pararlos frontalmente, sin dejar en claro que la mayoría de la universidad no quiere dejarse abrumar por un discurso marxista de utilería. Basta de indiferencia: sanmarquino/a, defiende tu universidad de la pasividad y del extremismo. El daño que le causaron a San Marcos las luchas políticas intestinas es casi tan parecido al que ahora le están causando los aquelarres burocráticos para mantenerse en el poder. Una intervención en la UNMSM no haría otra cosa sino demostrar que hay alianzas insospechadas dentro de los claustros universitarios: apro-fujimoristas-senderistas. Como señala un comunicado de profesores de CCSS: “La historia reciente de violencia y muerte en el país y su impacto nefasto en la universidad exige de nosotros una denuncia directa de esta triple alianza política”.

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